¿Por qué ser escritor...?
Eso me pregunto yo...
¿Por qué ser escritor...?
¿Qué es ser escritor? ¿Todo el mundo puede ser escritor? ¿Por qué queremos ser escritores? En nuestra vida todos nos hacemos estas preguntas, o al menos deberíamos hacérnoslas a nosotros mismos antes de que llegue un día y alguien nos lo pregunte y no sepamos qué contestar.
Cuando hace un par de años me metí en este mundo de forma consciente o inconsciente (a veces no lo tengo claro) mi respuesta era sencilla y breve: Escribo porque quiero que la gente me lea. Veía escritores tan admirados como Albert Camus, y ansiaba ser uno de ellos, aunque únicamente fuese por esa imagen de personas que han vivido de todo y han sabido convivir con su vida. La realidad, más tarde te muestra que no basta con saber vivir, hay que saber escribir.
Para dedicarse a escribir muy bien, hay que tener una gran voluntad y una paciencia inagotable para escribir primero, luego quitar, añadir más tarde, o incluso acabar borrándolo todo. Escribir es trabajo, trabajo, y más trabajo. Creo que fue Wilde quien dijo aquello de Me pasé toda la mañana corrigiendo uno de mis poemas y quité una coma. Por la tarde volví a ponerla.
Quiero decir con esto que ser escritor es como ser "bendecido" por una maldición. No sabemos en qué momento decidimos querer ser escritores, pero sí sabemos que en ese instante quedamos como hechizados por alguna especie de embrujo que ya no nos deja escapar. Esto mismo lo explicó José Luís Sampedro en una de las entrevistas que le hicieron. Cuento la anécdota porque me parece muy reveladora.
Contaba Sampedro que una vez le preguntaron por lo que debían de hacer para ser escritor, y este se limitó a contar una pequeña historia que le sucedió al gran bailarín ruso Nuryev: En una exhibición un muchacho se le acercó y le pidió un consejo para ser un gran bailarín, y el ruso le contestó con un simple que si puedes, que lo dejes.
¿Qué podemos sacar de esta fábula? Cada uno lo interpreta a su modo, pero yo pienso que dejaban bien claro que hay profesiones que son más duras de lo que a simple vista parecen, pero que ahí es donde hace aparición esa extraña maldición del artista, y no es otra cosa que, por mucho que intentemos evitarlo, no podemos, sentimos esa necesidad irrefrenable de escribir, seamos conscientes o no de que es un camino tremendamente complicado.
Porque sí, este mundo es muy, muy complicado, aunque desde ojos ajenos no se vea de igual forma. En un principio todo es maravilloso, es divertido, es como un juego, pero tarde o temprano te das cuenta de la diferencia entre escribir bien y escribir mal, y después averiguas que el abismo entre escribir bien y escribir perfecto es impresionante. Para poder llamarse escritor, como mínimo hay que escribir muy bien.
Ser escritor es un trabajo duro, en el que sacrificas mucho de tu propia vida, a veces incluso demasiado. Hoy en día podemos clasificar a los escritores principiantes en dos grupos: los que saben o intuyen que dedicarse a esto implica trabajo duro y paciencia, y que aun así se camina entre incertidumbre y a veces hay que arriesgarlo todo; y los que ven en ser escritores solo un mero camino para encontrar fama y dinero. Y en esos primeros pasos ya se advierte el que quiere ser escritor o no.
Ser escritor es asumir que caminas por un sendero que nunca se acaba, que jamás llegarás a la satisfacción plena o a escribir la obra perfecta, pero ¿qué más decir? No se puede escapar a esa maldición, es algo que está dentro y te arrastra. Punto.
Después de no pocas vivencias literarias, esa respuesta que siempre daba, creo que se queda algo corta. Ahora, cada vez que me preguntan, a mi mente vienen dos grandes autores de nuestro tiempo, José Luís Sampedro y su historia del bailarín ruso, y Charles Bukowsky, quien reflejó a la perfección en uno de sus escritos todo lo aquí expuesto:
Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón y de tu mente y de tu boca y de tus tripas, no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas con la mirada fija en la pantalla del ordenador o clavado en tu máquina de escribir buscando las palabras, no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama, no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama, no lo hagas.
Si tienes que sentarte y reescribirlo una y otra vez, no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo, no lo hagas.
Si estás intentando escribir como cualquier otro, olvídalo.
Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti, espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.
Si primero tienes que leerlo a tu esposa o a tu novia o a tu novio o a tus padres o a cualquiera, no estás preparado.
No seas como tantos escritores, no seas como tantos miles de personas que se llaman a sí mismos escritores, no seas soso y aburrido y pretencioso, no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo bostezan hasta dormirse con esa gente. No seas uno de ellos. No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma como un cohete, a no ser que quedarte quieto pudiera llevarte a la locura, al suicidio o al asesinato, no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento, y si has sido elegido, sucederá por sí solo y seguirá sucediendo hasta que mueras o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.
Fran Cazorla, escritor.