Empotrada por amor

Una comedia romántica muy picante...

" Empotrada por amor"

¿Qué puede pasar cuando se cruzan las vidas de una ex psicóloga, pongamos que se llama Maripili, con la de un albañil, llamémosle Manolo?

Dos personas tan normales como tú y como yo, un hombre y una mujer que intentan rehacer sus vidas ayudándose de sus amistades, y que en un momento dado, se encontrarán y vivirán intensas emociones.

¿Te animas a conocer a esta pareja?

"Una comedia romántica con un toque muy picante..."

Te dejamos aquí el comienzo...

Aquel ritual de las tres últimas mañanas se había convertido en la mejor parte del día, y todo pese a las decenas de comentarios y advertencias negativas que vecinos, amigos y familiares le habían hecho llegar en petit comité.

-¿Te vas a meter en obras ahora?-la maruja del cuarto le comentó bajando la voz cuando se cruzaron en el rellano de la entrada.

-¿Y qué hago, Rosario? Cuanto más lo deje pasar, peor será-le contestó resignada Maripili.

-Ay, hija, ya sabes... las obras sabes cuándo empiezan pero no cuándo terminan.

-Lo sé, Rosario, lo sé-contestaba mientras intentaba en vano alcanzar la puerta de salida-. Pero ya que están arreglando la fachada del edificio, pues aprovecho, ¿no?

-¡Son unos sinvergüenzas!-así de rápido cambiaba de tema la vecina del cuarto, mientras no soltaba el brazo de Maripili-. Siempre están con las miraditas...y diciendo de todo a las vecinas, incluso a mí, Maripili...¿te lo puedes creer?

-¿A ti también?-respondió intentando disimular la risa que intentaba escapar desde su interior-. ¿También te piropean, Rosario? ¡Qué escándalo, por dios!

-Sí, hija, sí-dijo llevándose una mano a la frente y moviendo la cabeza de un lado a otro-. Me han dicho cada marranada que si se entera mi Pepe, se lía, Maripili, te digo yo que se lía.

-¡No, Rosario, no! Tú calla, mujer-había decidido seguir el juego y darle la razón. Aquella situación comenzaba a ser divertida-. Que tu Pepe es muy celoso y a saber de lo que es capaz de hacer...

-Por eso lo digo, hija...

En ese instante el ascensor se abrió y apareció uno de los trabajadores. Las dos mujeres se quedaron en silencio mientras el muchacho pasaba al lado de ellas. Sus ojos se fueron hacía el joven que caminaba por el pasillo con los pantalones azules de trabajo llenos de gota de cemento y polvo, unas chirucas desgastadas y sin camiseta, portando al hombro un pesado saco de cemento cola. Lo cargaba en el lado que ocultaba su cara, pero sin embargo pudieron ver como en el espejo de la entrada el muchacho sonreía mientras las miradas se cruzaban en el reflejo.

El silencio se adueñó de todo hasta que el joven salió por la puerta principal del edificio. Las dos mujeres se miraron un momento sin decir nada. Rosario tomó la palabra:

-Este es el más calladito de todos -dijo en voz baja -. Pero va siempre medio desnudo.

-Déjalo, mujer-respondió Maripili con una sonrisita mientras giraba la cabeza de nuevo para ver cómo se alejaba el muchacho con aquellos andares en los que cada músculo de sus hombros, espalda y trasero se movían como en un vaivén hipnótico-. Al menos es guapete el chaval.

-No te lo niego, Maripili, pero no son formas de ir por el edificio.

Maripili sonrió a su vecina y se dirigió a tomar el ascensor aprovechando que estaba abajo.

-Hasta luego, Rosario, que tengo que dejar la compra y volver a la tienda.

-Hasta luego Maripili.

Maripili desapareció tras las puertas del ascensor mientras se mordía el labio inferior y cerraba los ojos por un instante.

Subía pensando nada más que en llegar cuanto antes a su planta, a su piso. Desde hacía tres días su rutina había cambiado casi en todo. Bueno, mejor dicho, en todo.

La puerta del ascensor se abrió y observó el reguero de polvo y suciedad que había en el suelo del pasillo en dirección al ventanal. Era el camino que los obreros seguían cada día de trabajo en el edificio.

Las obras habían comenzado dos meses atrás, cuando la comunidad decidió adecentar y mejorar la fachada del edificio, y ahora comenzaba la última fase de los trabajos, la pintura, pero antes tendrían que reformar su pisito; decidió aprovechar que estaban allí para pedirles presupuesto y renovar su hogar. No era eso lo que le preocupaba en realidad.

En los próximos días los tendría en casa, dentro, paseándose con sus herramientas, el descaro de los dos peones jóvenes y con la presencia de Manolo, el albañil. «Manolo», repitió para sí.

Entró en casa, recorrió el pasillo hasta el salón-cocina y dejó las bolsas de la compra encima de la barra americana. Se quedó mirando hacia la gran ventana del salón. Permaneció en silencio un instante con la mirada perdida en el cristal. No se oía nada; debía de ser la hora del desayuno, aquel silencio no era normal.

Rápidamente pensó que como habían comenzado a pintar por la última planta, lo más probable era que estuvieran desayunando en el tejado. Se los imaginó sentados en tela asfáltica, con las piernas estiradas y las espaldas apoyadas en las máquinas del aire acondicionado, con la cerveza a un lado y dando mordiscos a un bocata.

Los torsos modelados de los jóvenes seguro que iban al aire, siempre iban así, mostrando al mundo cada parte de esa musculatura cincelada a fuerza de trabajo duro y bronceada directamente por los rayos del sol.

El más calladito -como decía Rosario- podría haberse dedicado a pasear por la pasarela de la Madrid Fashion Week en vez de por unos andamios de hierro. Gabri, creía recordar que lo habían llamado en alguna ocasión, normalmente le decían «niño, trae esto, niño ve hasta la furgoneta a por lo otro aquello». «Niño...sí» pensaba Maripili. Cristian le decían al otro chaval; y luego estaba the boss, el jefe, el albañil... Manolo.

El móvil comenzó a sonar y a vibrar encima de la encimera, haciendo que Maripili volviera a la realidad. Miró de reojo para ver quién era. Suspiró profundo. Era su exmarido. Comenzó a sacar las cosas de las bolsas de la compra mientras el móvil parecía sonar cada vez más impaciente. «Que espere un poco», se dijo poniendo su cara de malicia. Cuando intuyó que faltaba poco para que terminaran los tonos, lo cogió y deslizó su dedo corazón por el icono verde. Solo lo hacía con él.

-¡Aló! ¿Quién me reclama?-siempre contestaba al teléfono de esa manera cuando de Jorge se trataba.

-...

-¿Y para qué voy a cambiar ahora? Ya soy algo mayor para cambios de personalidad, ¿no crees?

-...

No prestaba demasiada atención a lo que su ex le estaba diciendo por teléfono, comenzó a caminar hacia la ventana del salón. El sol estaba a punto de dar de lleno sobre su piso, y observó cómo colgaban los cables y cuerdas que sujetaban el andamio.

-Te he dicho mil veces que paso, que no me interesa, Jorge, te lo digo en serio-su tono de voz estaba subiendo de intensidad-. Te lo digo una vez más. No.

-...

El corazón le dio un vuelco cuando de golpe apareció ante ella Manolo. El móvil le bailó en las manos y a punto estuvo que se le escurriera entre los dedos y cayera al suelo. Se quedó observándolo. Había descendido usando el descensor, y lo hizo tan rápido que la cogió desprevenida.

Quedaron frente a frente, separados por dos centímetros de cristal, con los ojos clavados en la persona que había al otro lado.

-Ya hablaremos en otro momento, tengo que volver a la tienda. Hasta luego, Jorge.

Colgó la llamada sin mirar al móvil, no era capaz de retirar la vista de aquellos ojos verde claro que la observaban hambrientos desde el exterior. Entonces Manolo le dedicó una sonrisa de medio lado, un guiño lento, y apretó de nuevo el descensor para continuar su descenso. Maripili lo vio bajar dos plantas a toda velocidad hasta llegar al andamio. «Este hombre» pareció dibujar con un suspiro de sus labios.

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Fran Cazorla - Escritor  fmcazorla1@gmail.com
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